Introducción
En España, la muerte del dictador en 1975 no sólo propició la reinstauración de la Democracia. Sino que dio lugar a una modernización de la sociedad, así como ésta perdiera mucho de sus atávicos complejos. Entre los numerosos cambios que se produjeron estuvo el e cómo afrontar el complejo problema de las personas minusválidas. Fue entonces cuando estas personas dejaron de denominarse genéricamente subnormales. Siendo además por aquellos años cuando todos los melillenses recocieron la gran labor realizada por el célebre masajista Lázaro Fernández, cuya figura perdura dando nombre al polideportivo del Barrio del Real
En la actualidad no existe en Melilla ninguna empresa dedicada a la producción textil. Sin embargo en el pasado, desde comienzos del siglo XX y hasta aproximadamente el año 1965 funcionaron en nuestra ciudad numerosos talleres de confección de ropa militar, una fabrica de impermeables e incluso una industria elaboradora de bobinas, plegadores y madejas de hilo.
Un entramado industrial que dio ocupación a un buen número, miles de melillenses, generalmente mujeres que trabajaban a destajo en sus humildes domicilios a la luz de un quinqué.
Disponer de una máquina de coser en periodos de enorme paro y crisis generalizada, suponía la única posibilidad para subsistir, Así no nos extraña que cuando el atemorizado vecindario del Real se refugió en el Pueblo huyendo de los hombres armados de Abdelkrim que habían llegado hasta los límites del Barrio tras el Desastre de Annual. En aquel tórrido y trágico verano de 1921. Algunas mujeres tomaron en brazos sus máquinas de coser, mientras obligaba a sus hijos pequeños a cogerse de las faldas.
Pues bien, cuando se había arrinconado, casi olvidado en Melilla su importante pasado textil. Surgió en 1978 una nueva fábrica cargada ilusión “La Esperanza”
Una ilusión
La empresa manufacturera de prendas interiores femeninas “La Esperanza” comenzó su andadura en el año 1976, como mero proyecto, una ilusión de un padre, Yehudá Sadia Benquigui Belilty. Quien jubilado como socio del céntrico establecimiento de artículos de regalo recientemente desaparecido Neguri, sintiéndose mayor y preocupado por el futuro de sus hijas con dificultades para encontrar trabajo por sus minusvalías. Luego de dos años de esfuerzos que encontraron el valioso apoyo en Laureano Folgar Villasenín, entonces portavoz del Servicio de Rehabilitación de Minusválidos de Melilla. Y desde mayo de 1978 Delegado Provincial de Obras Públicas y Urbanismo en nuestra ciudad. El 28 de marzo de 1978 inicia su actividad “La Esperanza”, como una empresa de régimen cooperativista. Compuesta por 28 productoras, de las cuales 22 era minusválidas y que trabajaban en dos turnos con la finalidad de sacar mayor partido a la maquinaria.
Siendo las prendas textiles a confeccionar de mediana calidad: bragas, sujetadores, combinaciones e incluso pantalones vaqueros destinados a la exportación a Marruecos y Venezuela, a través del comerciante local Elías Amselem.
En los primeros días de su puesta en funcionamiento, “La Esperanza” esperaba producir 300 docenas de bragas en cada uno de sus dos turnos.
Para que esta iniciativa llegara a cristalizar el señor Benguigui también contó con la inestimable ayuda de la Administración Central, que aportó subvenciones, apoyo del diputado por Melilla del partido Unión del Centro Democrático, José Manuel García Margallo y Marfil y como no, del Ayuntamiento regido en aquellos momentos por el Alcalde Luis Cobrero Acero, y que aportó el local donde se instaló la nueva industria melillense. Un inmueble que había albergado a una escuela pública, sita en los inicios de la calle Jiménez e Iglesias del Barrio del Real. Próximo al desaparecido “Refugio”, donde se internaban por las autoridades a los menores delincuentes y vagabundos del vecino país. En la actualidad el solar de la fábrica ha pasado a formar parte del Instituto de Enseñanza Segundaria “Miguel Fernández”.
Agradecimiento
En su edición del día 28 de octubre del año 1978, el diario “El Telegrama de Melilla” publicó en la sección “Cartas al Director” un escrito firmado por el gerente de la fábrica “La Esperanza”, Yeudá Sadia Benguigui Belilty. Un valioso testimonio que pone en evidencia el enorme corazón de quien había creado la empresa, así como nos ilustras algunos aspectos de su génesis.
A continuación extractamos en texto que mencionamos:
“Agradecimiento de los minusválidos de Melilla
…Soy padre de dos chicas minusválidas, y esta circunstancia me ha movido a intentar montar una industria que diera trabajo y garantizara el futuro de mis hijas y de otras jóvenes melillenses en las mismas circunstancias. Y, aunque parezca raro, desde el primer momento encontré ayuda entusiasta y desinteresada. Por una parte, el Ayuntamiento nos facilitó un local adecuado; por otra parte, la colaboración eficaz de don Laureano Folgar Villasenin y el entusiasmo en la lucha por las cosas de Melilla que siempre pone nuestro diputado Sr. García Margallo, hicieron posible la concesión de una primera aportación a fondo perdido para la instalación de la cooperativa La Esperanza, que hoy da trabajo a treinta personas, de las cuales veintiséis son minusválidas.
Recientemente se ha conseguido otro crédito para la ampliación de plantillas y actividades, y antes de un año, si Dios nos ayuda, dará trabajo a unas ochenta personas.
Soy una persona muy mayor, modesta, a la que no le gusta sensacionalismo, pero no puedo dejar de dar las gracias públicamente a quienes han hecho posible esta realidad. Al Ayuntamiento, al Sr. Folgar y, fundamentalmente al Sr. García Margallo mi agradecimiento más profundo, en nombre de todos los minusválidos de mi querida Melilla.
Creo que trabajando así, haríamos de nuestra Melilla una ciudad mejor. Flaco servicio se le hace a una sociedad hablando por hablar sin hacer nada.
Muchas gracias y un afectuoso saludo”
¡Que no nos quiten las bragas!
Este fue el título del sugestivo artículo que nuestro amigo el publicista y periodista Andrés Hernández Pozo, publicó en la revista de la Navidad del año 1979 editada por la antigua agencia de publicidad AVANZA.
Un artículo satírico donde puso en evidencia la grave crisis económica que padecía entonces, finales del año 1979 la pequeña industria ocal “La Esperanza”, dedicada a la fabricación de bragas.
En esos momentos trabajaban en ella unas veinte mujeres que cobraban 35 pesetas por hora trabajada. Consiguiendo así 280 pesetas por toda una jornada de esfuerzo. Escasos emolumentos muy difíciles de conseguir a tenor de las constantes subidas de las materias primas y necesidad de reducir los costes de producción a fin de hacer competitivo el producto en el mercado. De aquí que Hernández para hacer atractivo el texto de denuncia social, lo iniciase con estos párrafos: “! Nos están bajando las bragas continuamente y nosotras no podemos hacer nada por impedirlo ¡Necesitamos que nos la suban para poder sobrevivir….Dicho así de pronto, parece una novela pecadora…Aquí se hable de bragas, porque de una fábrica de bragas se trata. Una fábrica modesta, pero una fábrica en sí, y con ilusiones, pretensiones, deseos, esfuerzos, en fin todo lo que hace falta para seguir siendo y ampliándose”.
Y es que curiosamente, a pesar de las graves dificultades económicas, sus empleados, minusválidos y mujeres sin empleo, seguían soñando, acariciando la idea de ampliar sus instalaciones a dos naves anexas y dar ocupación a 100 o 150 personas. Para finalmente recordar Andrés Hernández que esta industria comenzó a funcionar el 28 de marzo de 1978 como empresa privada, que por falta de dinero se transformó en cooperativa de minusválidos. Así como vendía s producción al Sr. Benguigui.
Epílogo
Antes del año de su inauguración, el 2 de enero de 1979 Yehudá Benguigui falleció a la edad de 69 años. Tomando la dirección de la empresa un individuo procedente de Málaga que no prestó suficiente interés, pues la fábrica entró en crisis y se vió en la necesidad de cerrar hacía el año 1984. Vendiéndose y repartiéndose sus enseres entre los cooperativistas.
El 10 de enero de 1985 la Federación d3e Halterofilia local recibió las llaves de “La Esperanza”, para después de algunas obras transformar el local en un gimnasio que fue inaugurado a finales del mes de julio del año 1985.
Algunas de las chicas que habían trabajado en la cooperativa, entre las que se encontraban las hijas del señor Benguigui, encontraron nueva ocupación en IRESA, una empresa creada en 1980, se dedicó a la fabricación de componentes eléctricos, reactancias, dando empleo casia en un ochenta por ciento de minusválidos. Y también tuvo una efímera vida pues cerró a finales del año 1983.